EN MEMORIA DE MANUEL MANQUEPI: «Wenu Mapu meu amukey. Iyeu may müley feula taiñ küme peñi Manuel»

“Chumafuiñ kay pu peñi, pu lamngen, pu wenüy engün. Rangi ngüman meu mülerkelu ta mongen” (Nada podemos hacer hermanos, hermanas, amigos todos. Pues la vida existe también en medio del llanto). Así despedían sus mas cercanos (palabras de Sergio Liempi) al querido chachai, como le decian sus alumnos, don Manuel Manquepi Cayul, profesor de inglés y mapudugun, integrante de la Academia Nacional de la Lengua Mapuche, pero por sobre todas las cosas un Kimche, concepto con el que la lengua mapuche designa a quienes son sabios, no sólo en conocimiento almacenado sino que viven y obran sabiamente.

Don Manuel nació en una comunidad pero gracias a su inteligencia se abrió camino y jugo un rol importante en vincular la academia con la lengua mapuche, y vivió permanentemente tratando de abrir espacios de conexión entre los dos mundos. Mapuche comprometido con su origen pero también cristiano evangélico presbiteriano, un hombre sabio y bueno que dejo este mundo el miércoles 7 de abril de 2010.

Querido por sus pares y muy respetado por la generación mas nueva de profesionales e intelectuales mapuche, don Manuel dejó un importante legado en la promoción y enseñanza del mapudungun, así como en la traducción de la lengua y en la colaboración con importantes autores mapuche como Elicura Chiguailaf con quien emprendió varios textos, a mi juicio el mas notable, la traducción de gran parte de La Araucana al mapudungun.
Yo no tuve la fortuna de conocerlo personalmente. A través de su hermana, la también profesora Lucia Manquepi, que fue colega de mi madre, conseguí una dedicatoria suya en mi ejemplar de La Araucana que hoy atesoro mas que nunca.

Quiero para resaltar su figura reseñar acá, dos textos de dos intelectuales mapuche que lo conocieron bien y reflexionan en torno a su importancia y su aporte.

El primer texto es de la Linguista y poeta Jaqueline Caniguan y fue publicado en Azkintuwe, para seguir leyendo haga clik:


Conversar en los sueñosAhora cuando, Don Manuel, ha iniciado su viaje y se encuentra con sus antepasados, estoy convencida que nos sigue acompañando. Sean estas mis palabras a un Kimche, un humilde reconocimiento a toda su grandeza. Y sé que seguiremos conversando en los sueños.
JAQUELINE CANIGUAN – 15 / 04 / 10

El segundo es un texto del Historiador Pablo Mariman, que recibí a través de Ignacio Kallfükura. Como no lo encontré publicado en la web , me permito publicarlo acá.

ALGO SOBRE LA FIGURA DE DON MANUEL MAÑKEPI QUIEN NOS DEJA

Fue en el contexto de un seminario sobre educación intercultural organizado en la Ufro, en el año 98, que conocí a don Manuel Mañkepi, en el seno de una comisión de discusión, hablando de los valores mapuche.

No pude evitar quedarme pegado escuchándolo, pues con mucha facilidad y convicción nos recordaba los aspectos que se esperaba fueran las personas: un kümeche, un newenche; un kimche, un norche…elementos potentes (para quienes enseñamos y aprendemos) que hacían pensar la formación de los niños y jóvenes no tan solo en el aula, sino en el contexto de una sociedad preexistente a la escuela chilena y sus valores.

Si bien todos sabíamos que don Manuel hablaba perfectamente el mapudungun de las gentes de Malalche y Koipuko, una cosa asombrosa era darse cuenta de que por él hablaba su abuelito. Sí, pues él lo crío en sus primeros años e internalizó en él no solo la lengua y los valores, sino también los conocimientos que nos compartía. Junto a él todas las mañanas antes que saliera el sol hacían llellipun en el menoko. De ir y venir aprendió los elementos del monte (sus árboles, arbustos, yerbas y lawen), los tipos de aguas (pues hay diferencias), de vida animal y espiritual que forman el itrofillmongen del cual sólo somos una parte y no aparte.

En cierta oportunidad con Carlos Mamani, historiador Aymara, lo visitamos y luego de extensas e interesantes conversaciones mi amigo le comentó que una de las ventajas que teníamos los mapuche en comparación a su pueblo, era que nuestra historia de independencia política-territorial y su kuifikimün lo podíamos seguir escuchando en la sobremesa de una cena, sin interferencias ni intérpretes.

Por esos años en que compartíamos arreciaban las movilizaciones por tierra de nuestros hermanos y hermanas de Malleko (también eran los tiempos de la gran traición de Ralko que hacía el presidente y su gobierno). Muchos de ellos eran detenidos, perseguidos y procesados, como hoy. Cierto día en el living de su casa y mostrándome un titular del diario local (que ustedes conocen y podría llamarse “el hocicón”), me comentó que ahora entendía porque su abuelo entonaba el tayül que finalmente él había aprendido. Lo canto en mapudungun y al ver que yo algo nomás comprendía lo tradujo.

Los árboles de pellin han sido derribados
¡Cuánto sufre el corazón cuando se recuerda!
Los resistentes árboles han sido derribados
¡Que triste es recordar lo que se ha vivido!

No mucho tiempo ha que han sido derribados,
Como es parte de mi ser, me hace entristecer.
Pero, los árboles de pellin han dejado raíces de pellín
Que jamás se secarán, aunque hayan sido quemados.

Cuando transcurran los días y los meses
Las raíces de pellín renacerán,
Cuando transcurran los días y los meses
Crecerán los árboles y se apellinarán.

Comentaba que su abuelo, siendo niño, había presenciado en esas zonas de Malleko, los resultados del winka malon (las tomas de tierras) que hacia el estado a finales del siglo XIX. Vio llegar a los weichafe (que de seguro eran sus propios abuelos, tíos, padrinos, primos y hermanos mayores) a las zonas de refugio en que estaban sus familias, venían -los que pudieron llegar- malheridos, sableados y baleados por un ejército que tenía a su favor la tecnología. Ese recuerdo prendía el imaginario de quienes lo escuchábamos, y sin lanzar improperios nos enrielaba en la causa de los antiguos y también en la de los nuevos que, con valor, se enfrentaban al capital forestal en Lumako y Traiguen.

La verdad es que con don Manuel, así como con gente de su misma generación y vivencia, se aprendía mucho y de manera intensiva. En qué luna hacer los hijos; cómo definir su sexo (hoy se dice género); como asumir la sexualidad…jejejeje, eso que para otros podía ser impúdico, lo trataba con la frescura y soltura de una moralidad heredada de nuestra independencia… y vaya que lo había dateado bien su chachai y el entorno…

Don Manuel nos habló de personajes históricos de nuestro siglo XX. El recorrió los campos de Kautin en el vehiculo Ford que conducía a los líderes de La Corporación Araucana en su labor política en las décadas del 40 y 50. Nos habló de la retórica de Coñuepan, de la vehemencia de José Cayupi, del “mapuchismo” que los embargaba. Ellos querían que los jóvenes con la preparación de don Manuel (educado por su abuelo y la escuela) continuaran la lucha de la Corporación que por esos años era la lucha del pueblo Mapuche (por lo visto el “look” de don Manuel y el de sus coetáneos tenía que ver con esos tiempos y esos líderes). Nos presentó a parte de esa generación que aún estaba viva y que seguía pensando –ahora desde sus domicilios- lo que a ellos le había tocado vivir y hacer por nuestra causa.

El siempre fue una persona jovial, optimista, alegre. En esos años que lo conocí cargaba entre sus recuerdos penosos, la muerte de su primera señora y la de su hijo mayor. Ese fenómeno de nostalgia de conversación, de calor de hogar y de personas ausentes, que yo también sentía -luego de la partida de mis propios padres y padrinos-, se compensaba estando juntos con quienes eran sus amigos, era lo que yo sentía. Fue toda una alegría, para quienes lo conocimos, saber que había rehecho esa parte de su vida con Yolanda.

Cierto día, luego de haber dejado un curriculum en el lugar donde yo laboraba y saliendo de una entrevista con el director de esa unidad académica, nos habló metafóricamente a quienes -entusiasmado de tenerlo como compañero de trabajo- le consultábamos. Nos dijo: “cuando uno va y toca un árbol, este suena y con eso responde. Otras veces no responde”.

Esa vez el árbol no había sonado, pero eso no fue impedimento para que otros si abrieran las puertas para compartir el mismo espacio laboral. Don Manuel recibió constantes propuestas de trabajo (traducciones, docencia, investigaciones), tanto del mundo académico como del social, y se mantuvo trabajando hasta el último momento, a la par que viajaba periódicamente a su tierra (en Choll Choll) para relacionarse con su comunidad, donde era considerado una autoridad y como tal asumía roles en determinadas ceremonias.

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Confieso que se ve cada vez más interesante aquel lado al que se van nuestros seres queridos y ahora don Manuel, que de seguro será acogido para seguir el nütram. Yo acá, en el destiempo que abre la muerte acompañado de la pena, los recuerdos, logro sacar en limpio lo significativo que fue conocerlo, que nos hablara y escuchara, aceptándonos como éramos (siempre con mucho cariño), más en estos tiempos de tanta sordidez y soberbia entre algunos de nuestro pueblo (para que decir la otra sociedad).

Quiero, por ultimo, decir que don Manuel, el peñi o el chachai como le decían cariñosamente sus alumnos y los mas jóvenes, era más que todo esto que quiero hoy compartir y de seguro que todos ustedes guardan también sus impresiones (su perfil de padre, marido, docente, folklorista, cristiano, etc.). Vaya a ustedes que lo conocieron, a su familia y a nuestra sociedad esta pieza de un rompecabezas que nuestra memoria y oralidad, como también la escritura, pueden reconstruir para reafirmar que nadie muere, especialmente personas como él.

Pewkayal peñi, ka antü pewayu.
Tami peñi, wenüi, Pablo Mariman.

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